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corresponsal en bici

Vivir (o pasar) frente al cementerio

Uno de los elementos que le faltaban a mi bici para estar más completa en cuanto a equipamiento, eran las luces. Son parte fundamental a la hora de rodar si te agarra la noche. Así que pedaleé hasta un comercio dedicado a la venta de bicicletas y sus accesorios, y las compré.
El domingo, y con intención de utilizarlas, salí a mi pedaleo de rutina, a las 18.30 exactamente, para lograr alguna historia. Luego de vagar por varios lugares de esta hermosa ciudad, y ya anocheciendo, me mandé para el campo santo local. Por supuesto que estrené las luces, y realmente quedé encantado con ellas.
Así las cosas, al llegar a la Escuela 7, pegué la vuelta y… ¡ahí estaba! La historia que pretendía contar, que soñaba con relatar. «Lo logré», me dije a mí mismo. Y vaya si lo logré…
Esta idea de escribir sobre algo fantasmagórico, de ultratumba, ya me venía dando vueltas en la cabeza desde que, en uno de mis recorridos, llegué hasta el mismo lugar y una familia entraba a la vivienda que da justo frente a la puerta principal de la necrópolis local. No quise molestarlos; además de que era tarde, me pareció improcedente.
Cuando le comenté esto a mi amigo Germán Grande, un gaucho de lo más gaucho que pueda haber, habitante autóctono del pueblo de Irala, de la ciudad de Bragado en los papeles, pero en espíritu de Chacabuco, me dijo: «Esa familia es amiga mía, ¿sabés quién es?».
“No, para nada”, respondí. «Ahí vive la mamá del famoso exfutbolista Cavenaghi». La verdad, quedé sorprendido y pensé que obtendría dos historias para contar apenas volviera por esos lugares.
Ese día llegó, pero no como me lo imaginaba. Justo en la esquina del cementerio, en avenida Garay y Tulio Spinetti, vi dos sombras, una de mayor tamaño que la otra, que caminaban al ras de la pared y por la vereda, con dirección a la entrada principal del lugar. Cautelosamente, apunté la luz de la bici hacia el lugar y salí tras ellas.
Una de las sombras resultó ser una joven de 17 años y la más pequeña su hija de tan solo 2 añitos. Así que me puse a charlar con la precoz madre, y la historia cambió al mundo de los vivos.
La joven dijo que ese recorrido lo hace todas las noches, con su pequeña hijita, y que ningún habitante del campo santo la ha molestado jamás. Eso sí, ya le robaron un par de veces en ese trayecto. Los cacos, que de muertos no tienen nada, le arrebataron la bici y un celular. Ahora cruza el lugar a pie y con miedo de ser asaltada nuevamente.
Se quejó de la oscuridad reinante luego de pasar la entrada principal del cementerio y hasta llegar a la casa que habita. Allí convive con una amiga y la pareja de esta. Contó que trabaja de barrendera y que sería bueno que desde el Municipio se ocupen de iluminar esa zona, que, se los garantizo, es realmente tétrica.
Acompañé un trecho a esta parejita de sombras y me despedí de ambas, agradeciendo por la nota. Tengo la esperanza de que este relato llegue a los oídos del Municipio, que por estos lados parece que es el único fantasma, porque no se lo ve nunca.

Miguel Cozzaglio,
corresponsal colaborador del diario De Hoy

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